Las organizaciones son las personas que forman parte de ellas. Una idea que puede parecer demasiado básica pero que contiene mucho significado.
Quien se encarga de hacer tangible la visión, quien escribe la historia de una organización, sus tradiciones y las normas implícitas, son las personas que forman parte de ellas. La cultura organizativa se construye a partir de las creencias, valores y comportamientos de sus miembros. La reputación de una organización depende de la relación que las personas establecen con los clientes, sus actitudes y sus interacciones. La capacidad de innovación y cambio de una organización depende de la capacidad de aprendizaje, de la aportación de soluciones a problemas complejos y de la creatividad de los miembros del equipo. Es por esta razón que no hay característica más importante para un líder que la vocación de servicio.
Liderar no trata de ti, trata de los demás.
La prioridad es NOSOTROS, no TÚ, y para ello se debe estar dispuesto a renunciar al protagonismo, al reconocimiento unipersonal, a ejercer poder sobre los demás, a considerar ante las discrepancias que tu visión es la correcta, a ignorar a aquellas personas que tienen ideas diferentes, a priorizar tus necesidades y tu crecimiento, a dejar que los demás hagan por ti, a que la única voz que sea escuchada sea la tuya, a estar dispuesto a dar sólo en caso de recibir algo a cambio.
Se empieza a liderar cuando las relaciones las marca la honestidad, la humildad, el respeto, la confianza y la equidad.
Un líder lo es cuando entiende que el poder no se mide por centralizar la toma de decisiones, ni por la información que posee sino por acercar la toma de decisiones al lugar donde reside el conocimiento en la organización. Un líder lo es cuando en su ausencia todo sigue funcionando a la perfección, no se siente imprescindible.
Un líder lo es cuando conecta corazón con corazón con su equipo, no tiene miedo a mostrarse vulnerable, es capaz de mostrar sus debilidades sin perder la confianza en si mismo. Un líder lo es cuando establece relaciones de adulto a adulto, sin aleccionar, sin actitudes altivas.
Un líder lo es cuando es capaz de decir “lo siento”, “no lo sé”, “me he equivocado”.
Se trata de un liderazgo humanista, centrado en las personas, que no todo el mundo entiende ni está preparado. A menudo este liderazgo es interpretado como sinónimo de debilidad o falta de carácter. Una visión que se acentúa cuando, además, es ejercido por una mujer. Son muchos años marcados por la tendencia de un liderazgo dominante, autoritario, competitivo y carismático bendecido con el don de las palabras vacías. Un perfil digno de ascenso en las estructuras organizativas piramidales. Se presuponía que era el estilo que aseguraba alcanzar resultados de un modo más eficaz. Poco a poco vamos dando visibilidad a un liderazgo humanista que es capaz de alcanzar el éxito a través de otros métodos, cuya estrategia principal es situar a las personas en el centro.